miércoles, 22 de julio de 2009

El Caminante

Un cuento simple, escrito de un tirón. Experimentando con las palabras, sublevandose ante la escritura clásica. Espero que les guste.

El Caminante.

La noche parecía estar ebria. Comenzó a caminar con paso firme, balanceando los brazos a los costados de su cuerpo. Tenía la frente empapada en sudor, y un espectro de preocupación danzaba en sus ojos. Debía llegar temprano, lo más temprano posible. Apuró las piernas.
La luna vigilaba sus pasos, y él se sentía incómodo. De tanto en tanto volvía la vista hacia arriba, pero nunca parecía encontrar lo que esperaba. Con decisión proseguía su viaje, soportando en sus hombros la fatal idea de que quizás no llegaría a tiempo. No podía permitírselo. Resopló.
Al doblar en una esquina, prendió un cigarrillo. Hacía meses que no fumaba, pero la suerte había querido que en el bolsillo interno de su chaqueta todavía estuviera el aplastado paquete de Malboro. Necesitaba sentir el humo escurrirse de sus labios. Lo apaciguaba.
O al menos eso creía, pensó. Seguía igual de tenso que antes, y sentía que no había forma de parar a los nervios que lo devoraban más que llegando a donde debía llegar. Pero el reloj no mostraba signos de piedad.
Empezó a correr. Tiró el cigarrillo a medio acabar, y se limpió la transpiración con la mano. Miró hacia el cielo una vez más.
Sus pies consumían los metros sin pausa, y la ciudad a su lado parecía moverse cada vez más rápido. Tal vez si seguía así pudiera lograrlo. La fe lo había abandonado ya hacía tiempo, pero igual soltó unas vagas plegarias. Maldito hipócrita, se dijo. Y se río de su propia mente.
Continuó la carrera. Sin embargo, no duraría mucho más. Varios metros más allá de la avenida, cayó de bruces. Un punzante dolor se había clavado en su estómago, y lo atacaba. Maldijo a voz de grito, con todo lo que sus pulmones le permitían. Era inaudito. Un ultraje de proporciones casi ilegales. Debía llegar, por el amor de Dios. Y sus piernas se negaban a responderle.
Se dejó caer sobre el asfalto. Ahora que la veía en todo su esplendor, la luna parecía más grande que nunca. La insultó. No sabía porqué lo hacía, pero simplemente lo hacía. Quería descargarse con el mundo. Estaba furioso, y la sola idea de que ya no llegaría lo relegaba a un sentimiento que hacía temblar a su lado racional. Quería venganza.
La humanidad le había jugado una mala pasada. Y él tomaría cartas en el asunto. Las tomaría, y las prendería fuego. Quería ver arder a la noche. Maldita ciudad de almas vagabundas. Maldito dolor de estómago. Maldito él.
Se levantó, con los brazos cruzados sobre el abdomen. Paso tras paso volvió sobre su marcha. Era hora de volver a casa. De todos modos, jamás habría llegado, pensó. Y volvió a reírse de su propia mente.
Prendió otro cigarrillo. Entraría a su departamento, y se embriagaría. Tal vez una ducha, tal vez una llamada a una de las chicas. El mundo estaba en ruinas, y él se sentía a gusto con su rol de artífice del caos. Esa era su venganza. Total, era uno entre millones. Todas almas vagabundas, volando hacia el mismo lugar. Hacia el mismo destino. Se rió. Maldito y miserable destino.

domingo, 5 de julio de 2009

Death Sentence (James Wan, 2007)



James Wan es un director que sabe como provocar sensaciones en el espectador. No hace mucho vi una olvidable película de John Carpenter, que sin embargo, entre extrañas escenas que no se resolvían, dejó un reflexión interesante: uno, al sentarse en la butaca, se entrega por completo a la visión del director, confía en él, y le da permiso para llevarnos un viaje cuyas vueltas solo él conoce.
Wan no dudó en aprovecharse de la confianza que depositamos en él: con su film Saw (El juego del miedo por estos pagos), llevó la tensión a niveles nunca antes alcanzados en la pantalla. Así se perfiló un director que uno debía tener en cuenta a la hora de ver una película.
En este caso, Death Sentence es la película. Y Wan vuelve una vez más a ponernos al borde del asiento.
La historia se centra en Nicholas Hume (Kevin Bacon), un padre cuya estable vida se vuelca tras el asesinato de su hijo en una gasolinería. Tras apuñalar él mismo al asesino de hijo, comienzan a sucederse una serie de eventos que irán haciendo mella sobre Hume, llevandolo a niveles insospechados en su sed de venganza.
La correcta y sensible intepretación de Bacon permiten a uno acercarse al personaje, y vivenciar paso a paso el camino de un hombre con una familia que proteger, y una "sentencia de muerte" puesta sobre ella.
Wan manipula las cámaras con velocidad, brindandole adrenalina a las secuencias de acción, y sabe cuando bajar la marcha. Es en esos momentos en que la música se vuelve sensible, cuando pasan las cosas que hacen al espectador sufrir y compadecerse.



Lejos del terror presente en filmes como Saw o El Silencio de la muerte, Wan nos regala una película de acción con un trasfondo cargado de dramatismo. Un Bacon que tenía olvidado resurge (ya desde otra película que vi hace poco), y nos deja con la pregunta y casi automática respuesta: ¿Qué hacemos cuando nuestros seres queridos son arrebatados de nuestro lado? ¿Qué hacemos si tenemos la oportunidad de hacer pagar a los culpables? ¿Abrimos fuego? Claro que sí.